Perfection
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Perfection
Perfection
Había llegado el momento. Esta noche, contando ya con 17 años, Danielle conocería a su prometida, con la cual en sólo unos meses se uniría en matrimonio.
Su padre, quien había sido el encargado de acordar esta boda, había hablado maravillas de Clarisse; era una joven simpática, inteligente, bella y, lo más importante de todo para el padre: ella pertenecía, al igual que Danielle, a una familia aristócrata.
Definitivamente, no le gustaba la idea de casarse de esta manera.
Siendo un lector empedernido, había conocido variadas historias románticas en las que los protagonistas debían luchar por llevar sus relaciones adelante y luego, estando juntos morían o se casaban viviendo felices por la eternidad.
Sí, Danielle desde pequeño creyó en el amor verdadero y sabía también que los matrimonios concertados eran uno de los peores enemigos de este.
Desde temprana edad, cuando leyó por primera vez una obra de Shakespeare, Romeo y Julieta, soñó con encontrar al amor de su vida. Encontrar a esa persona especial con la cual luchar por el amor de ambos y así poder evitar este matrimonio tantos años atrás tratado.
Pero ya se había resignado. Simplemente así eran las cosas, los matrimonios concertados eran pan de cada día y el amor… El amor era exclusivamente material para libros.
Detúvose frente al espejo para acomodar su ropa y mientras lo hacía, miró su reflejo; su cabello castaño aún húmedo luego de haberse aseado caía casi a llegar a sus hombros, las facciones finas de su rostro mostraban claramente el estado de frustración y resignación en el que se encontraba.
Danielle pensó que ésta sería su apariencia durante toda su vida, agregándole más años, tal vez peso y más cansancio.
Esperaba al menos poder, con el paso de los años, sentir cariño por su futura esposa y así no tener una imagen demacrada de mayor.
Con el fin de no atormentarse más momentáneamente, intentó alejar aquellos pensamientos de su cabeza y concentrarse sólo en terminar de arreglarse para así llegar a tiempo a la cena de petición de mano. Toda una farsa, un espectáculo, ya que aquella mano ya estaba comprometida desde varios años atrás.
Ahora, lo único que quedaba era que los novios se conocieran, al igual que las respectivas familias, y luego, el “ansiado” matrimonio.
Cuando Danielle, acompañado por sus padres y sus dos hermanos, bajó del carruaje familiar, un séquito de sirvientes salió a recibirlos. Los guiaron dentro de la casa, tomaron sus abrigos y los hicieron pasar a la sala de estar.
Ahí se encontraba la dama que muy pronto sería su suegra, junto con su esposo.
- Bienvenidos todos, familia Felton.- miró a todos los recién llegados, deteniéndose luego a observar al prometido - ¡Oh, por supuesto! Tu debes ser Danielle – acercose un poco al mencionado y estirando su mano se presentó – Mi nombre es Agatha Greengood.
- Danielle Felton. A sus órdenes, madame – dijo antes de besar la mano de la distinguida señora.
Así se dio inicio a las presentaciones por parte de los invitados y, del anfitrión y jefe de familia.
El señor Greengood pidió a los Felton que tomaran asiento mientras esperaban a Clarisse, quien estaba un poco retrasada.
Y Danielle, quien odiaba los retrasos, no pudo hacer otra cosa que pensar en los posibles defectos que tendría su prometida mientras miraba con detenimiento los detalles se aquella sala de estar.
Era una linda sala, llena de detalles y célebres pinturas. La tapicería crema con grandes figuras de color verde claro de los sofás combinaba a la perfección con los bordes dorados del mismo o con las múltiples piezas de oro que adornaban la estancia.
No logró prestar atención a la conversación durante todo el tiempo en que sus padres y los de Clarisse hablaban. Reconoció un par de palabras de las cuales no logró ningún significado; arreglos, fechas, flores, precios, comida… en fin, una organización en la cual no podía – y tampoco quería- atender.
Pero de pronto, rompiendo su ensimismamiento, escuchó un par de notas disonantes tocadas en un piano, y luego, un trozo de lo que prometía ser una bella melodía.
Miró a su futura suegra haciendo implícitamente la pregunta que su mente formulaba y ella, a pesar de no entender lo que Danielle quería expresar, contestó aquella interrogante por simple inercia.
-Aquel debe ser Vincent, mi hijo, quien nos deleitará con una pieza musical apenas baje Clarisse.
Y como si la hubiesen invocado, la nombraba apareció por la escalera con un hermoso vestido azul.
Ya era hora, pensó Danielle y decidió sonreír amablemente. Podía odiar la tardanza, pero aún así no olvidaba sus modales.
Clarisse era una mujer agraciada que, a pesar de contar con tan sólo 15 años, ya había dejado atrás todo rasgo infantil.
Su larga cabellera castaño claro, que sin duda eran una herencia por parte materna, caía formando pequeñas ondas cerca de las puntas. Sus rasgos bien definidos, no por eso menos femeninos, le otorgaban un aire frío, celoso e impenetrable a su mirada que era contrarrestado, en parte, por la dulzura de su sonrisa.
- Yo soy Clarisse Greengood- se presentó la joven estirando su mando, y así poniéndola al alcance de su prometido.
- Danielle Felton – besó la mano de la señorita.
- Bueno, ahora que se conocen, pasemos al salón. – dijo el señor Greengood mientras se acercaba a los criados y diciéndoles algo por lo bajo ellos actuaron inmediatamente, abriendo las grandes puertas a sus espaldas.
Una vez abiertas, los presentes pudieron apreciar el hermoso salón.
De paredes beige y adornada por columnas y arcos dorados se levantaba la hermosa sala que, en una esquina alojaba un gran piano de cola negro con relucientes teclas de marfil, en una especie de tarima propia del suelo.
Los invitados y los anfitriones avanzaron hacia aquel piano, pudiendo observar de cerca al joven que se encontraba frente a él.
Inmediatamente y sin previo aviso, Vincent comenzó a interpretar una pieza desconocida.
Danielle estaba sorprendido. Las manos extremadamente blancas del pianista se confundían con el marfil de las teclas, parecía que aquel hombre y el piano eran lo mismo.
Aquel piano, o mejor dicho, aquel hombre frente al piano era lo más hermoso que había visto en su vida. De cabellos tan rubios como el sol, de facciones tan finas y suaves. De piel tan blanca como las teclas de aquel instrumento, de su instrumento. De labios tan rojos como el vino.
Aquella fuerza que demostraban sus facciones al momento de interpretar la melodía más hermosa que Danielle escuchó en su vida lo impresionaba.
La melodía y también el pianista y su piano eran una armonía.
Una armonía, tan pasional y divina a la vez, que disfrutaba extasiado. La escuchaba fuertemente con sus ojos y la miraba deslumbrado con sus oídos, porque, ¿qué importa el orden de tus sentidos, si, de todas formas estás disfrutando de igual manera con cada uno de ellos?
Definitivamente, nadie disfrutaría nunca de aquel espectáculo tanto como Danielle.
Para muchos podría la melodía ser hermosa, brillante, estupenda.
Para muchos podría ser la interpretación magnífica, asombrosa, bella.
Pero sólo para él, sólo Danielle diría que la armonía, el pianista es perfecto, porque así lo era.
Vincent sería perfecto a los ojos de Danielle en tres…
La melodía dejó de sonar para dar paso a los aplausos
Dos.
Fin del Aplauso
- Muchas gracias – dijo Vincent a su reducido público
Uno.
Finalizó su agradecimiento con una sonrisa.
Perfecto.
Desde el momento en que Danielle conoció lo que realmente era la perfección, no pudo despegarse de la imagen de Vincent.
Sin poder evitarlo, Danielle miró durante toda la cena al pianista. Cada movimiento, cada palabra, cada mirada era perfecta.
Las sonrisas que logró sacarle durante la noche fueron variadas y se sintió muy satisfecho por eso.
Pero como todo debe terminar, Vincent se disculpó para retirarse a su habitación debido a un fuerte dolor de cabeza y al despedirse de Danielle, éste escuchó en un susurró “ven”
El pianista también había descubierto la perfección aquella noche.
Luego de la partida de Vincent, las tres damas comenzaron a hablar sobre la organización de la boda estéticamente, mientras que los dos varones mayores cerraban tratos en términos monetarios. Los hermanos de Danielle jugaban apartados de los adultos.
El prometido, preguntó dónde se encontraba el cuarto de baño y salió del salón. Mas no siguió las indicaciones que le habían dado las mujeres Greengood, sino que desvió su camino hacia la gran escalera por la cual vio descender a su prometida.
Quería verlo otra vez, quería saber si aquel susurro fue real o sólo parte de su imaginación.
Se arriesgaría a que aquel hombre lo creyera un desorientado por no poder encontrar el baño si se equivocaba con lo que creyó escuchar.
Luego de un par de intentos fallidos dio con una puerta que estaba entre abierta. Miró por ese espacio y descubrió a Vincent, con su pelo un tanto ondulado suelto, libre de aquella coleta que lo sujetaba, sentado en el borde de su cama.
Danielle permaneció ahí, observando la belleza del pianista.
- No me hagas esperar más, por favor. Pasa- dijo con la voz firme desde la habitación sin ni siquiera haber mirado la puerta
Poco a poco la puerta dejó a la vista de Vincent a aquel que lo observaba y sonrió
-Temía que la presencia que sentí tras la puerta fuera sólo producto de mi imaginación- reconoció en tono bajo
Danielle sonrió y se miraron. Por primera vez se sostuvieron la mirada, sin vergüenzas ni temores. Danielle sabía ahora que Vincent lo esperaba y Vincent sabía que Danielle estaba aquí por algo.
No fue necesario nada más. El castaño entró a la habitación, cerró la puerta tras de si y comenzó a acercarse al pianista. Éste a su vez se paró de la cama para recibir por primera vez –de las cuales serían muchas- los labios de Danielle sobre los propios.
Desde el momento en que ellos probaron la perfección, se convirtió en el sabor favorito de ambos.
La luna había sido testigo, como lo era hace ya unos cuantos meses, de la entrega de los amantes, pero esta vez, faltando menos de veinticuatro horas para la boda, sería testigo de una propuesta.
- Luchemos por lo nuestro- dijo Danielle muy seguro luego de pensarlo muchas veces – vayámonos.
- ...pero el matrimonio… mi hermana- reaccionó Vincent
- No te preocupes por ella, el que la boda no se haga sería para ella el mejor regalo
- ¿Por qué lo dices?
- En primer lugar, porque no es lindo casarse obligado, en segundo lugar, porque sé que hay alguien que la ama de verdad y estoy seguro que aquel amor es correspondido por ella.
- ¿De quién hablas?
- Mi hermano, el de 15, Richard
- Umhh…
- Por favor, Vince. Tú sabes que yo…
- Si, lo sé
- ¿Entonces? ¿Tú no lo haces? ¿No es acaso eso para nosotros lo más importante?
- ¡Claro que sí! Claro que te amo, tanto como tú a mí.
- ¿Entonces?
- Entonces vamos – Respondió Vincent
- Te amo ¿sabes?
- Lo sé. Yo también te amo.
- ¿Sabes algo? Esto es perfecto – dijo Danielle buscando los labios de su amado para robarle un beso.
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Este relato fue basado en el poema “En el salón dorado” de Oscar Wilde
En El Salón Dorado
Oscar Wilde
una armonía
Sus manos de marfil en el teclado
extraviadas en pasmo de fantasía;
así los álamos agitan sus plateadas hojas
lánguidas y pálidas.
Como la espuma a la deriva en el mar inquieto
cuando muestran las olas los dientes a la brisa.
Cayó un muro de oro: su pelo dorado.
Delicado tul cuya maraña se hila
en el disco bruñido de las maravillas.
Girasol que se vuelve para encontrar el sol
cuando pasaron las sombras de la noche negra
y la lanza del lirio está aureolada.
Y sus dulces labios rojos en estos labios míos
ardieron como fuego de rubíes engarzados
en el móvil candil de la capilla grana
o en sangrantes heridas de granadas,
o en el corazón del loto anegado
en la sangre vertida del vino rojo.
Oscar Wilde
una armonía
Sus manos de marfil en el teclado
extraviadas en pasmo de fantasía;
así los álamos agitan sus plateadas hojas
lánguidas y pálidas.
Como la espuma a la deriva en el mar inquieto
cuando muestran las olas los dientes a la brisa.
Cayó un muro de oro: su pelo dorado.
Delicado tul cuya maraña se hila
en el disco bruñido de las maravillas.
Girasol que se vuelve para encontrar el sol
cuando pasaron las sombras de la noche negra
y la lanza del lirio está aureolada.
Y sus dulces labios rojos en estos labios míos
ardieron como fuego de rubíes engarzados
en el móvil candil de la capilla grana
o en sangrantes heridas de granadas,
o en el corazón del loto anegado
en la sangre vertida del vino rojo.
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